EDICION CRITICA
A los efectos de la crisis actual de nuestro país, que ciclo a ciclo deteriora las condiciones de felicidad del pueblo, agota las esperanzas de un buen vivir, desanima y desalienta a todo Argentino trabajador, estudiante, profesional y que deposita sus anhelos en nuestro territorio, decimos que resulta urgente y necesario reconstruir las bases de nuestro país.
Ezequiel Rojas
CONTEXTO I
El
modelo neoliberal financiero extractivo en su mayor expresión globalista
atraviesa una crisis explicada en las diversas guerras que se manifiestan en el
mundo, guerras armadas, guerra civilizatoria, tecnológicas y comerciales, pero
también, debilita las democracias de los pueblos, que según sus características,
pueden resultar más o menos eficientes ante ese embate del modelo.
En el
caso de nuestro país, el modelo democrático se ha agotado. Ya no resulta
conforme decir que es la democracia que tenemos y hay que cuidarla. La gran
deuda social de la democracia en los últimos cuarenta y un años no ha sido más
que garantizar los marcos legales de la dependencia, absorber los mecanismos
institucionales para garantizar una relativa estabilidad del sistema y promover
un sistema de representación burocrática, ineficiente y corrupta.
La
democracia que se inauguro en Diciembre de 1983 no ha sido más que una
democracia fallida. La poca experiencia democrática que vivió nuestro país en
años anteriores a 1983, ha tenido picos altos de desarrollo pleno tan solo en
pocas oportunidades, donde los derechos garantizados a los trabajadores y a su
pueblo solo se vio reflejado en la revolución nacional justicialista. Luego los
sucesivos golpes de Estado, culminado con el más violento y entreguista, dejo
al país sumido a la miseria. De allí proviene este modelo democrático, que
debía en sus inicios ser una democracia de transición, capaz de ordenar la vida
democrática del pueblo, de sus instituciones y sus representaciones y devino a
una forma demoliberal de su ejercicio, teniendo su apogeo en la década de los
90 y donde se sentaron sus bases con la reforma constitucional de 1994.
Durante
esos años, los políticos se transformaron en un actor social definido, como
clase, cada vez más alejado de los intereses reales del pueblo. Esa clase
política pertenecía al sistema dual que se estaba gestando, entre ganadores y
perdedores del modelo y al mismo tiempo, en su posición de clase, se volvía
cada vez más disfuncional y corrupta.
El año
2001 tuvo su primer síntoma de crisis. Parecía que el modelo se había agotado.
La crisis de representación tuvo un legítimo reclamo popular con el “que se
vayan todos”. Luego del caos de cinco presidentes en una semana, el aparato político y sus instituciones
lograron estabilizar la crisis con la llegada de Duhalde. Esto beneficio al
sistema político, permitiendo un reciclaje de sus representantes, permitiendo
que la residualidad de la política cambie de ropajes hacia una nueva forma. En
ese marco, llega el kirchnerismo.
La
experiencia del Macrismo fue la carta utilizada por un fragmento de la
oligarquía sojera extractiva y el sistema financiero, detrás del armado
político de Macri, diversas representaciones políticas como la UCR, Carrio,
Bullrich, sectores del peronismo abandonico, entre otros, precipitaron una
catástrofe política y social que de inmediato dejo al pueblo sumergida
nuevamente a la crisis. Su periodo de gobierno no fue ni más menos que el
control del aparato estatal para garantizar negocios y estafas de Macri y sus
amigos, que sin el control del Estado lo hacían en “negro”. Tal alevoso fue la
asociación ilícita gubernamental que sus primeros dos años de gracia culminaron
en 2018 cuando una fracción del establishment local le soltó la mano y tuvo que
correr nuevamente al FMI para rescatar su último año de gobierno. La decepción
que provoco en un alto porcentaje de sus votantes lo eyectó del gobierno en
2019, permitiendo que nuevamente el espacio de alternativa, a través del
kirchnerismo y una parte del peronismo volviera al gobierno encabezado por
Alberto Fernández.
Entre
2019 y 2023 el país vivió las consecuencias de los cuatro años del gobierno de
Macri y últimos dos del kirchnerismo, con lo cual, persistió el ciclo económico
del monetarismo financiero. Los cuatro años de Alberto Fernández fueron una
rotunda defección de la política dejando el control a los grupos económicos; la
pandemia que atravesó globalmente al mundo puso en jaque a las economías
debilitadas como la Argentina. Al mismo tiempo, la incapacidad política del
gobierno para proponer una salida empeoro la situación. Alberto Fernández no
solo no soluciono los problemas principales del país si no que los agravo.
Todo el
malestar acumulado desde el gobierno de Macri, la percepción en parte de la
población de que los grandes problemas del país se debían a los doce años de
kirchnerismo y la crisis agravada por Alberto Fernández, degenero en una
situación generalizada de desconfianza y una total falta de creencia a la
política, sus representantes e instituciones. Sumado a otros malestares
sociales, como la inseguridad y la inflación, hicieron que emergiera la figura
de Javier Milei como una voz de representación del odio, el desprecio y el
malestar contra la política y sus instituciones. Logro rápidamente un consenso
que lo llevo al gobierno sin partido, sin estructura y sin experiencia política
alguna.
En
resumen, las causas que facilitaron a que Milei sea presidente no son ni más ni
menos que un agotamiento del sistema representativo en su forma
superestructural, que es el modelo de la democracia demoliberal ejercida desde
hace un poco más de 30 años. Esa suerte de “Democracia fallida” ha provocado
una gran deuda social que culmina con un actor simbólicamente representativo de
ese agotamiento. Tanto el modelo demoliberal con su contrato social legitimado
por la constitución vigente son la garantía del saqueo indiscriminado que sufre
el país y el modelo representativo dentro de ese esquema no es más ni menos que
la puesta en práctica de una clase política disfuncional y corrupta, que
legitima ese sistema.
CONTEXTO II
“Ser
militante revolucionario en el siglo XXI pasa por entender que no podemos
seguir siendo material útil de la casta política cobarde, corrupta y sin
valores morales”.
Hace unos
cuantos años gran parte de la actividad política argentina está siendo sometida
a un estado de confusión total; podemos entender que se trata de una práctica
bien intencionada pero errada en el diagnóstico y en la estrategia o
directamente podemos colocar estas intenciones a dudosas maniobras de paralizar
la militancia para garantizar la estabilidad del sistema. Cualquiera de las dos
han generado nada más que confusión, desaliento y al mismo tiempo una reproducción
del sistema de valores que ha trastocado principios absolutos de la práctica
transformadora.
Si la
democracia de transición inaugurada en 1983 devino en una democracia liberal,
la defensa por la democracia es una absoluta mentira que solo propicia defender
los intereses ajenos a los de la Nación. Punto uno: se ha enseñado a cuidar o
defender las garantías constitucionales del sistema.
La
partidocracia es un sistema legitimado a través de sus representantes, cada
actor político sostiene una bandera, garantizar la estabilidad del sistema que
lo provee de vigencia y permanencia en el esquema político. Desde el más
humilde y bien intencionado hasta el más corrupto pelea por sostenerse dentro
del sistema. Punto dos: el sistema está agotado y su permanencia solo se
mantiene a través de los actores que la legitiman.
De allí que
la práctica política se vuelve estéril, los esfuerzos son redundantes y la única
manera de paralizar cualquier política transformadora es el desgaste. Las
estrategias vienen marcadas por los mismos que buscan legitimar el
mantenimiento del sistema. Un ejemplo de ello son las seguidas marchas y
movilizaciones que se desarrollan pero que no sirven absolutamente para nada.
Punto tres: La agenda política y las estrategias están definidas de arriba
hacia abajo, de esa manera se mantiene la estabilidad social y una pelea de
baja intensidad.
La rebelión
popular de 2001 dejo más enseñanzas al sistema que al pueblo, para mantener la
estabilidad demoliberal hay que tener una clase política capaz de contener a
los actores sociales, delimitar el campo de acción y contener cualquier
posibilidad de rebelión. Los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001
fue la última expresión popular capaz de poner en jaque al sistema. Punto
cuatro: Desde esas fechas a la actualidad todos buscan ganarse un lugar bajo el
sol de la dependencia.
Nos han
enseñado en los últimos tiempos que la militancia política solo es necesaria
cuantitativamente. Es un problema ideológico que tiene una matriz característica
de una corriente política que impuso su fisonomía y mirada. En el caso del
peronismo, le dio ambas perspectivas a una doctrina cada vez más invertebrada y
reformulada para los intereses de una clase dirigente capaz de vaciar de
contenido ideológico al peronismo y dejarlo huérfano de teoría y práctica
revolucionaria. Punto cinco: Entre todas las zonceras construidas desde la
muerte de Perón hasta hoy, la más estúpida y preocupante es fundamentalmente
sostener que la etapa electoral es un hecho cuantitativo donde recobraría
genialidad la maniobra del famoso péndulo, donde se pueden cobijar diversos sectores,
inclusos antagónicos, pensando que dos más dos en política son cuatro como en
las matemáticas. De allí proviene el hecho de que la etapa electoral es un
hecho de reagrupamiento político y movilización de todas las fuerzas.
Se
entiende que en un país “democrático” las elecciones es la vía necesaria de
acceso al poder político, pero en un país donde su sistema democrático solo
garantiza los intereses de diversas corporaciones, el hecho electoral, donde
solo las formas cuantitativas representan la única opción, solo facilita el
acceso al poder a una casta política cada vez más corrupta. Punto seis: En una
democracia agotada, la única manera de alcanzar electoralmente un impacto
rotundo yace en una experiencia cualitativa del armado político.
En el
triunfo electoral de Javier Milei se han dado varias ponderaciones y factores
de cualquier índole que facilitaron su llegada al gobierno, pero
necesariamente, el hecho cualitativito de su llegada fue la más importante.
Milei ha demostrado ciertas cualidades, la primera y fundamental, la denuncia política.
La segunda su inserción en los medios de comunicación y la tercera, la
capacidad de construir un relato.
Desde
hace muchos años la militancia política ha dejado de ser un hecho cualitativo;
carece de cuadros militantes, intelectuales, políticos y de cualquier otro
aspecto. Incluso se podría hasta discutir las formas de financiamiento y distribución
de los recursos. En una práctica política revolucionaria no se puede tener
cuadros y militantes en estados de total de abandono. Punto siete: Ni las
organizaciones ni los partidos se han ocupado de mantener su propia base
social, hablar de revolución en ese marco, es mentirse a sí mismo y a sus
seguidores.
La
tarea, reconstruir un espacio político transformador significa abandonar el
autoengaño, reconocer las debilidades y empezar por lo que decía Perón: No
prometer nada. No se puede prometer ni sostener deidades alejadas de la
realidad. La política actual exige ser flexibles, dinámicos y prácticos. Para
lograr una política transformadora primero hay que dejar de lado los
gatopardismos, abandonar el papel abandonico y dejar de seguir a una clase política
disfuncional. Punto ocho: El tiempo actual necesita apelar una construcción realmente
nacional, abandonar el ideologisismo y recostarse sobre los verdaderos
intereses del pueblo trabajador y humilde de la patria.
Muy buen análisis. Comparto plenamente.
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