REIVINDICACION AL PRAGMATISMO
Ezequiel Rojas
Nos introduciremos en la vieja y eterna discusión acerca de
la práctica política y el pragmatismo. Para algunos es un modo de vida, para
otros una malapalabra.
Hace algunas semanas me encontraba encerrado en una
discusión de tipo “filosófica” con miembros de mi familia y amigos, donde el
debate era “es el momento de agudizar las tensiones, hay condiciones para
radicalizar la discusión política”. La escenografía de esa discusión era en un
living con luz tenue de una lámpara de pie, sentados en los sillones y una mesa
ratona con tazas de café vacías, algunas copas de vino y un cenicero
completamente rebalsado de colillas de cigarros. En esa escena, se me ocurrió pensar
algunas cuestiones “estamos hablando en
serio o simplemente es una charla de café; peor aún, están convencidos de que
el lente con que miran la realidad es ajena, parecen atletas de la esperanza
ideologisista por un mundo mejor”.
Vamos adentrarnos al mundo de la filosofía por un momento. Platón,
uno de los autores más importantes de occidente y de la historia de la
humanidad plantea que existen dos mundos, el mundo de las ideas y el mundo de
lo sensible. La mayor diferencia entre ellos es que en el mundo de las ideas se
encuentra justamente, lo que pensamos como ideal, como perfecto y en el mundo
de lo sensible, se atraviesa esta idea con las imperfecciones propias de la
realidad, como pueden ser la posición, el tiempo, espacio, etc. Sin embargo,
aparece Aristóteles y plantea que el mundo verdadero es el sensible, y la
esencia de las cosas no reside en un mundo separado, sino en ellas mismas, en
su materia y su forma. Por ello, en el cuadro de Rafael La escuela de Atenas,
Platón señala hacia arriba. Con el dedo apunta al lugar donde, en su opinión,
reside el mundo verdadero, el de las ideas. Y Aristóteles reposa su mano hacia
abajo, hacia donde se apoyan sus pies, la realidad.
Hablar acerca del pragmatismo remite sin excusa al
siglo XX, con precisión desde lo que significó y fue la segunda mitad del siglo
XIX como periodo histórico marcadamente: positivista, burgués y democrático,
pues la herencia cultural de éste siglo es consecuentemente notoria, es decir,
el siglo XX no se puede entender sin el impacto del decimonónico. Ciertas características
expresan de una u otra forma las problemáticas permanentes en la contemporaneidad.
Es a lo largo de esta etapa histórica en donde la secularización del conocimiento
alcanza su máxima faceta, tanto así que el saber se especializa y se propende
organizar disciplinariamente tal cual como hoy lo entendemos desde el ámbito
académico.
Tal forma de “organizar” y delimitar el saber humano trajo
consigo una gran consecuencia de connotación negativa, ya que todo saber que no
cumpliese con una caracterización científica de abordar la “realidad” sufriría la categorización de
disciplina poco rigurosa en el ámbito del conocimiento; las Humanidades, a
partir de tal determinismo científico que empezaba y se solidificaba paulatinamente
iban a ser catalogadas a partir de una connotación peyorativa, debido a que
éstas no describen la realidad, sino que su función está en la interpretación y
explicación de la misma, además de discrepar en cuanto al uso del método
científico, herramienta inexorable dentro de la ciencia.
Sin embargo, cuando se hace referencia al contraste que se
ha gestado en la contemporaneidad entre saber “científico” y el “no
científico”, este pervive aún y llega hasta nuestros días, problemática que
provocó la mencionada especialización del conocimiento a través del
determinismo científico-naturalista. Por ello, cuando se habla desde una perspectiva
filosófica la intención es construir una postura integradora, en donde el antagonismo
entre sujeto y objeto se supere, esto es, se integre y se hable de unicidad,
alternativa que se puede verter por medio del pragmatismo como posibilidad de
filosofar en el individuo.
Ahora, el “pragmatismo” vendría siendo una concepción contemporánea
dentro de la disciplina filosófica, teniendo su portavoz a través de pensadores
como W. James, J. Dewey, en quienes se denota una acérrima lectura y
apropiación del empirismo inglés al suelo estadounidense; no obstante, en este artículo
no se pretende realizar una exégesis de en qué consiste el pragmatismo como concepto
filosófico, sino que tiene como propósito entender y comprender el “pragmatismo”
como una forma de filosofar que busca y propende por el conocimiento de la
actividad política, el uso del lenguaje y la historia como conciencia.
El pragmatismo cuando es asumido como una posibilidad política
no pretende asumir una ideología dogmática, cuestión que sería
contraproducente, puesto que, si se tiene en cuenta, la actividad política es
cambiante, lo cual requiere poder establecer un criterio verosímil de la
connotación y efecto práctico que pueda presentarse sobre una sociedad, en
donde entran aspectos acerca de su situación social e histórica de los
individuos. Esta posibilidad se sobreentiende como un ejercicio en sí, como una
perspectiva propensa a la actividad, es decir, al movimiento e interacción
constante del individuo acorde con la sociedad. Esto puede repelar un poco con
respecto a la concepción casi histórica sobre la filosofía como una cuestión de
simple teorizar, parecer que no debería generar ninguna problemática, debido a
que si bien se realiza un análisis genealógico; es la condición misma del
filosofar un ejercicio inminentemente político. A partir de la “realidad histórica”
todo individuo se entiende tanto sujeto trascendental como sujeto empírico.
Es posible decir que, desde la perspectiva de un pragmático,
que hay un distanciamiento de la forma tradicional de concebir la filosofía,
esto es, en cuanto a la no repetición de los problemas filosóficos que se han
heredado generacionalmente, por considerarse desde esta perspectiva la condición
metafísica de las cosas como un asunto estéril en el cual ahondar, cuando el
interés primordial es la política. Entiéndase esto último señalado que no es
una propensión por suprimir
LA ACTIVIDAD POLÍTICA DESDE UNA PERSPECTIVA PRAGMÁTICA.
Los pragmatistas afirman que la mejor
esperanza para la filosofía es abandonar la práctica de la Filosofía. Creen que
para decir algo verdadero de nada sirve pensar en La Verdad, como tampoco sirve
de nada pensar en La Bondad para actuar bien, ni pensar en La Racionalidad para
ser más racional. (Rorty, 1996, pág. 20-21).
A pesar de que el pragmatista no ahonde y tiende a dar la
impresión que pasa por alto muchas de las discusiones ontológicas en filosofía;
no se trata de una cuestión de desprestigio, más bien su condición misma como
practica inmanente es de acuerdo al interés por los asuntos políticos e
históricos del individuo respecto al filosofar desde tal punto de vista, bajo un
carácter marcadamente holista y coherentista, cuestión que tiene sobre sí
ingredientes filosóficos. Por ejemplo: En la práctica del uso del lenguaje; una
parte grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con ellas; en la instrucción
en el lenguaje se encontrará este proceso: El aprendiz nombra los objetos. Esto
es, pronuncia la palabra cuando el instructor señala la piedra. —Y se
encontrará aquí un ejercicio aún más simple: el alumno repite las palabras que
el maestro le dice —ambos procesos se asemejan al lenguaje (Wittgenstein, 1988,
pág. 23).
Ahora bien, volviendo al mundo real, en la política suele
concebirse al pragmastismo alejado de las ideologías, simplemente porque se
antepone la práctica por sobre las ideas. Como dijo el General Perón “Algunos
quieren comer guiso de liebre antes de cazar la liebre”. Miren que sencillo.
Entonces la discusión se abre hacia otra dirección, como hacemos para cazar la
liebre.
Ahí aparece el mundo de las ideas y voy a ser textualmente
abandonico de ellas: no se puede cazar una liebre con las banderas. Traducido,
no se puede hacer política en el siglo XXI desde una perspectiva panfletaria.
Es necesario asumir un rol “profesional” de la política. Ya lo había planteado
Max Weber, en el político y el científico, donde define dos tipos de ética, la
de la convicción y la responsabilidad.
Cuando asumimos la conducción de una estrategia política
estamos asumiendo una responsabilidad política hacia fines concretos, la de
obtener los objetivos tácticos que permitan acceder a la concreción de la
estrategia. No estamos diciendo que “el fin justifica los medios”. Pero vamos a
un ejemplo real, Hal Brand, jefe de estrategia política del partido Laborista
Ingles escribió un artículo donde plantea ¿Puede Estados Unidos salvar el orden
liberal por medios liberales? instala un debate que debería continuarse de
manera crítica… y sigue. “La gran disputa entre Estados Unidos con China y
Rusia es la última ronda de una larga lucha sobre si el mundo será moldeado por
las democracias liberales o por sus enemigos autocráticos. Y finaliza diciendo “¿puede
sostenerse que “el idealismo vertiginoso y el realismo brutal pueden
coexistir”?
Cuando Hal Brand planteaba esto, lo hacía con la finalidad
de acompañar a Tony Blair cuando en el congreso del Partido Laborista afirmo:
la política ha cambiado, hay que crear estructuras que sean adaptativas,
flexibles y dinámicas.
Esas tres palabras definen el razonamiento de una renovación
partidaria dentro de un partido que paso cuarto de siglo XX desfallecido y término
luego siendo poder. En sintonía con ello, entendemos que el mundo de hoy exige
luchas de toda naturaleza, pero en el plano de la política, no podemos creer
que la radicalización o la fuerza de las ideas están por encima de la realidad.
Si un partido no tiene la capacidad de adaptarse a las condiciones, si no
conlleva una flexibilidad entre acuerdos y necesidades objetivas y una dinámica
acorde a la dinámica cambiante de la realidad, puede correr el riesgo de perder
la brújula hacia sus fines.
La conducción política requiere de una responsabilidad y esa
responsabilidad tiene que ser dentro de los marcos que la realidad exige, tener
una estrategia y los hombres y mujeres capaces de llevar adelante ese objetivo.
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